martes, 10 de julio de 2012

En las noches de insomnio me asaltaban diferentes imágenes de Naoko. No podía evitar que acudieran a mi memoria. En mi corazón, se habían acumulado demasiados recuerdos de ella. En cuanto encontraban una grieta, por pequeña que fuera, iba saliendo, uno tras otros, imparables. Fui incapaz de detener esa fuga.
Sus imágenes me golpeaban, una tras otras, como las olas de la marea, arrastrándome hacia un lugar extraño. Y en este extraño lugar yo vivía con los muertos. Allí Naoko estaba viva y los dos hablábamos, nos abrazábamos. En ese lugar, la muerte no ponía fin a la vida. Allí la muerte conformaba la vida. Y Naoko, henchida de muerte, allí continuaba viviendo. Me decía: "Tranquilo, Watanabe. No es más que la muerte. No te preocupes".

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