martes, 4 de diciembre de 2012

A pesar de los años que habían pasado desde entonces, Matilda recordaba con claridad cómo había sido esa época semana tras semana dentro de una cada sin pensamientos, de paredes glaciares cuyo techo goteaba nieve. Había sido una marioneta de madera que podía desbaratarse poco a poco. Cada uno de sus movimientos era involuntario, como si no tuviera fuerzas. Sus ojos, su sonrisa, el rubor de su piel: todo estaba pintado. Ninguna parte de ella se sentía como alguien real; sólo era cuerdas y extremidades articuladas. Había amado inmensamente y había perdido lo que amaba. Éste era un daño que jamás podría ser reparado por completo. A partir de ese momento, siempre sería alguien que podía ser levantada, manipulada, abandonada y herida.

No comprendía por qué su cuerpo luchaba por mantenerse sobre la tierra, cuando su espíritu ansiaba tanto la oscuridad.

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